jueves, 2 de octubre de 2014

Cuidado



Hola a todos y todas

Ayer, aprovechando que ya tenemos disponibles en la Facultad un ejemplar del periódico El País (lo importante es tener disponible físicamente un periódico, no que sea el de "El País") me topé con una columna que me llamó la atención.

No pude evitar hacer conexiones con algunas de las cuestiones que hemos estado tratando estos días. Imagino que hacer conexiones entre lo que vemos en clase y el mundo más allá de la facultad, es una de las competencias que nos gustaría trabajar tanto a Gloria como a mi. Así el aprendizaje se puede enriquecer mucho.

El tema es, si leéis esta columna, ¿con qué lo podéis conectar? ¿a qué os suena lo que describe la autora?

Columna Original de Leila Guerrero (El País, 1 de Octubre de 2014).

Cuidado

"Leo, hacia el final de Un hombre enamorado(Anagrama, 2014), la temible y fabulosa novela del
noruego Karl Ove Knausgard, esta frase: “Mis rabias eran mezquinas, me enfadaba por detalles
tontos, ¿a quién le importa quién fregó qué a la hora de mirar hacia atrás al resumir una vida? (...)
¿Cómo se podía echar a perder la vida enfadándose por el trabajo de la casa? ¿Cómo era eso
posible?”. Sí. ¿Cómo es eso posible? Y, sin embargo, la pila de platos sucios, la pelea en torno a quién
le toca hacer la compra, transforma nuestro corazón, alguna vez en llamas, en un pantano ciego. Y lo
hace con una eficacia sibilina, más tóxica e irreversible que una catástrofe mayor. A veces, cuando
camino por la calle y veo caras sumergidas en la indiferencia, en la resignación o el miedo, me digo:
cuidado. Porque ¿cómo es que sucede? ¿Cuándo la fruición de la carne empieza a deslizarse,
anestesiada, entre las páginas de un libro, los anteojos para la presbicia, el beso de las buenas
noches? ¿Cuándo dejamos de reírnos como lobos? ¿En qué momento la prudencia empieza a ser más
importante que todo lo demás, el crédito hipotecario que todo lo demás, la compra en el
supermercado que todo lo demás? ¿Cómo, en qué momento los domingos de almuerzo con los
suegros reemplazan para siempre el desayuno a las cuatro de la tarde, el amasijo, los tiernos bordes
de la noche licuándose en un amanecer de pájaros ardientes? ¿Dónde está aquel sueño imposible, tan
enloquecido: a qué pila de escombros hay que ir a buscar? Cada vez que veo en las caras la prudencia,
la resignación, el miedo, me digo: cuidado. Me miro la sangre y los tendones. Me entreno para estar
despierta. Dicen: “Les sucede a todos: el tiempo pasa”. Me dirán loca. Yo siempre estaré buscando,
bajo los adoquines, la arena de la playa.




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